domingo, 20 de enero de 2013

Por una escuela laica

La mayoría de las religiones evolucionan a través del tiempo y acaban siendo, como no podía ser menos, justo lo contrario de lo que proclamaron sus fundadores, dividiéndose en decenas de sectas que acaban odiándose a muerte. La mayoría de las veces se alían con el poder y terminan asumiendo postulados corruptos con tal de mantener los privilegios de sus dirigentes y de las clases dominantes, sumiendo a la población en un sueño y en la mentira de una vida eterna donde van a gozar por todo lo que aquí sufran. Todo ello sin ningún tipo de evidencias, tan solo la doctrina transmitida y repetida desde la infancia. En definitiva, un lavado de cerebros.
    Una persona es católica porque nace en España y sería hinduista por el mero hecho de pertenecer por nacimiento a la cultura hindú; y ambos estarían absolutamente convencidos de la verdad de sus respectivas religiones. Aún resulta vigente la sentencia de Karl Marx cuando postulaba que la religión es el opio del pueblo. Y lo más contradictorio es que todas proclaman que la fe es un valor, cuando no se trata más que creer firmemente en lo que, sin ningún tipo de  pruebas y evidencias, no es cierto. Es la negación del método científico.
   Sin los ejercitos de Constantino que se encargaron de imponerla por todo el mundo romano, la religión cristiana no sería más que una más de las religiones locales residuales que pululan por todo el mundo. Lo mismo ocurre con Mahoma y los ejercitos árabes. La gran mayoría de las muertes violentas a lo largo de la Historia se ha debido a que matar por su dios y por sus creeencias era algo sagrado y premiado. Las religiones han matado y siguen matando a personas.
   Por todo ello, las religiones, todas ellas, fuera de esos templos del saber y la ciencia que deben ser las escuelas. La religión en las iglesias, en las mezquitas, en las sinagogas y en otros templos. La religión es una opción, no una obligación.

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