Acabo
de leer una reseña de un profesor de la comunidad de Madrid donde relata que
ante el exabrupto de un alumno impulsivo dominado por la tensión generada por
los recortes de personal en el sector educativo, respondió, como no podía ser
menos, con medidas educativas. La expresión del alumno fue: ¡voy a matar a Esperanza Aguirre! y el profesor reprendío severamente
dicha expresión y aprovechó la ocasión para dar una lección de convivencia, civismo,
moralidad y democracia.
Al
día siguiente, este mismo profesor comenta que tuvo que escuchar de boca de la
propia presidente de la comunidad madrileña la frase: “El Estado debe
limitarse a instruir a los alumnos porque ya les educa la familia”. El
profesor se planteaba que: “En vez de instruir, yo, funcionario docente
del Estado, coarté la libertad de este individuo y me dediqué a educar”.
Esta
forma de entender el proceso de enseñanza- aprendizaje, donde el proceso
puramente transmisivo de conocimientos es lo que realmente importa, no es exclusiva de este
personaje político cuyas declaraciones socavan, muchas veces, los cimientos de
la más elemental inteligencia. Lo más
siniestro del tema es cuando oímos a un profesor (yo personalmente lo he tenido
que escuchar cientos de veces) decir: “Yo
soy matemático y enseño matemáticas. Al niño que lo eduquen en su casa”. Sustituyamos matemático por físico, biólogo,
filósofo. etc., y tendremos un colectivo
(afortunadamente minoritario dentro del profesorado) que no se siente educador,
sino enseñante.
El
profesorado que así se percibe y actúa, replica en la enseñanza obligatoria,
los esquemas que imperan en la Universidad donde se formaron como especialistas
en su materia, pero donde nunca les prepararon para ejercer en la educación
pública que, a diferencia de la privada,
escolariza también al alumnado que
carece de las más elementales normas de
socialización y que provienen de contextos sociales deprimidos. ¿Cómo se puede decir
que un alumno de 12 o 13 años que acude a un centro público de enseñanza no
debe ser objeto de educación, sino sólo de instrucción?
Aparte
de otras consideraciones éticas, morales o puramente profesionales habría que
decir a estos profesores (y a su abanderada Esperanza Aguirre), que en la
actualidad, una máquina programada de las muchas que hoy existen en el mercado realizaría
el trabajo de transmisión de conocimientos mejor que cualquier profesor no
educador. La XXVI Semana Monográfica de la Educación, que se ha celebrado recientemente
en la sede madrileña de Fundación Santillana, se ha cerrado con una charla en la que
D. Javier Nadal, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Telefónica dijo que: "La educación ha perdido el monopolio en la
transmisión de conocimientos y corre el riesgo de perder toda la relevancia".
Nadal opina que, por primera vez en la historia, el sistema educativo no
responde a la realidad de su tiempo. "Ya
no tiene sentido formar sólo en contenidos. Nuestro mundo va a cambiar tanto en
los próximos 30 años que las aptitudes serán lo único que quede de su
aprendizaje".
Quizás
sea este un análisis excesivamente simplista y realmente creo que al
profesorado le queda mucho más que trabajar las aptitudes en clase. La
socialización es un proceso mucho más complejo y por ello es una tarea difícil
y a la vez recompensante en la que debemos estar implicados todos. Hasta los políticos.