En
principio declaro que no soy muy amigo de la televisión. Es un instrumento
cultural que podría ser muy poderoso y que se utiliza precisamente para justo
lo contrario: para idiotizar al personal. Dicho esto, sabemos por propia
experiencia que, a veces, es absolutamente imposible escapar de las garras de
la bestia y las imbecilidades televisivas te asaltan en cualquier momento.
Ocurrió que pasaba accidentalmente por delante de la caja de entontecer y daban
una noticia realmente impactante en el canal público de Andalucía: se quejaba
una familia de Córdoba de que las ramitas de uno de los árboles de la calle se
metían en el balcón de su casa. El periodista (¡qué lástima de años
desperdiciados en la facultad!) daba tintes siniestros a la mórbida acción del
susodicho vegetal que cometía la osadía de introducir sus apéndices vegetales
en el hogar de esta familia. Una de las protagonistas de la entrevista no
cesaba de decir que estaba enferma del corazón y que con toda probabilidad ello
se debía a la acción de la malvada planta y se quejaba, además, del “ruido” que
hacían los pájaros que utilizaban este árbol con las aviesas intenciones de
molestar continuamente a esta plácida familia. ¿Cómo comparar esto con la
visión y el sonido de los coches pasando raudos por la avenida? ¡No hay lugar!
A
todo ello, desde la central del programa, otro ¿periodista?, el que dirigía el
cotarro, insistía en preguntas tales como cuantas reclamaciones habían hecho al
Ayuntamiento y el caso que les habían hecho e introduciendo comentarios como
que la poda de las ramas no serviría más que para que las ramas crecieran otra
vez y que la solución era que los vecinos se unieran para cortar el árbol.
Esta
impresionante noticia fue oída desde la habitación de al lado y picado por la
curiosidad me acerque a la pantalla para ver en directo la magnitud del
desastre arbóreo-hogareño. Era un segundo piso y juro por el Monstruo Espagueti
Volador que todo se podría haber solucionado con unas simples tijeras de podar.
Eran unas ramitas insignificantes que traspasaban levemente las rejas del
balcón.
Tamaño
absurdo problema me dejo totalmente perplejo y me sumió en una serie de
reflexiones sobre la burbuja de cristal que significan las ciudades, que alejan
a los habitantes de las mismas de todo lo que significa la naturaleza y el
contacto con ella. Viven ajenos al aire
que respiran, al agua que beben, a la procedencia de la comida que necesitan, a
los seres que comparten con nosotros el mismo hábitat y me reafirman en la
certeza de que la gran mayoría de la población sufre de lo que en Psicología se
ha venido en llamar Síndrome por Déficit de Naturaleza.