domingo, 14 de agosto de 2022

Un árbol okupa


En principio declaro que no soy muy amigo de la televisión. Es un instrumento cultural que podría ser muy poderoso y que se utiliza precisamente para justo lo contrario: para idiotizar al personal. Dicho esto, sabemos por propia experiencia que, a veces, es absolutamente imposible escapar de las garras de la bestia y las imbecilidades televisivas te asaltan en cualquier momento. Ocurrió que pasaba accidentalmente por delante de la caja de entontecer y daban una noticia realmente impactante en el canal público de Andalucía: se quejaba una familia de Córdoba de que las ramitas de uno de los árboles de la calle se metían en el balcón de su casa. El periodista (¡qué lástima de años desperdiciados en la facultad!) daba tintes siniestros a la mórbida acción del susodicho vegetal que cometía la osadía de introducir sus apéndices vegetales en el hogar de esta familia. Una de las protagonistas de la entrevista no cesaba de decir que estaba enferma del corazón y que con toda probabilidad ello se debía a la acción de la malvada planta y se quejaba, además, del “ruido” que hacían los pájaros que utilizaban este árbol con las aviesas intenciones de molestar continuamente a esta plácida familia. ¿Cómo comparar esto con la visión y el sonido de los coches pasando raudos por la avenida? ¡No hay lugar!

A todo ello, desde la central del programa, otro ¿periodista?, el que dirigía el cotarro, insistía en preguntas tales como cuantas reclamaciones habían hecho al Ayuntamiento y el caso que les habían hecho e introduciendo comentarios como que la poda de las ramas no serviría más que para que las ramas crecieran otra vez y que la solución era que los vecinos se unieran para cortar el árbol. 

Esta impresionante noticia fue oída desde la habitación de al lado y picado por la curiosidad me acerque a la pantalla para ver en directo la magnitud del desastre arbóreo-hogareño. Era un segundo piso y juro por el Monstruo Espagueti Volador que todo se podría haber solucionado con unas simples tijeras de podar. Eran unas ramitas insignificantes que traspasaban levemente las rejas del balcón.

Tamaño absurdo problema me dejo totalmente perplejo y me sumió en una serie de reflexiones sobre la burbuja de cristal que significan las ciudades, que alejan a los habitantes de las mismas de todo lo que significa la naturaleza y el contacto con ella.  Viven ajenos al aire que respiran, al agua que beben, a la procedencia de la comida que necesitan, a los seres que comparten con nosotros el mismo hábitat y me reafirman en la certeza de que la gran mayoría de la población sufre de lo que en Psicología se ha venido en llamar Síndrome por Déficit de Naturaleza.


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