jueves, 21 de enero de 2021

La ingravidez y la transubstanciación

 

Antes de llegar, púber, a un instituto de bachillerato de carácter público, mis padres consideraron oportuno que ingresara en un colegio de los padres salesianos donde pase cinco años de mi infancia. En aquella época de plena dictadura y con las características propias de un centro educativo católico, la religión estaba presente en cada faceta de nuestras infantiles vidas. Teníamos catecismo, Historia Sagrada, misa todas las mañanas antes de empezar las clases, visita al Santísimo al medio día y rezo del rosario por las tardes. Los lunes por la mañana nos preguntaban por el color de la casulla que había llevado el cura en la misa del domingo, de que había tratado la lectura y que cuestiones habíamos aprendido de la homilía. De esa manera controlaban si habíamos asistido o no a la santa misa dominical. Evidentemente antes de entrar en el centro nos pasábamos tan vital información unos a otros. De tarde en tarde también nos caían unas jornadas de reflexión en forma de Ejercicios Espirituales.

            De toda aquella eclesiástica parafernalia, cuyas insensateces teníamos la obligación de creer a pie juntillas, algunos conceptos, ideas y sensaciones siguen brincando en mi cerebro a pesar del más de medio siglo transcurrido desde que abandoné dicho centro.

            Una de ellas era la historia que nos contaban los curas salesianos sobre la vida de Santo Domingo Savio. Un modelo a seguir. Este muchacho fue acogido por D. Juan Bosco, fundador de la Orden y que es el único santo infantil no mártir pues murió con 14 años. Su lema era “antes morir que pecar” y es el patrono de las mujeres embarazadas pues al parecer, tenía una especie de escapulario que, al colgar del cuello de las señoras encinta, les aliviaba de los dolores y molestias que conllevaba su estado. Pues bien, era tal el estado de éxtasis, arrebato pasional, obnubilación y concentración meditativa que, según los curas nos contaban, algunas veces después de comulgar era posible verlo levitando a media altura sobre el suelo, ajeno a todas las leyes de la física, especialmente la gravedad.

            Esta historia a mí me encantaba y muchas veces me propuse replicar el experimento. Estaría guay flotar en el aire y sentir la ingravidez de los astronautas en el espacio pero, por más que me concentraba al comulgar, jamás fui capaz de separar mis pies ni un miserable centímetro del suelo. Por lo que se ve esta capacidad estaba reservada para unos pocos privilegiados entre los cuales, evidentemente, no me encontraba.

            Otra fuente de incongruencia y frustración cognitiva que me quedó de esos infantiles tiempos era poder entender aquello de la transubstanciación. Yo había dado por perdida la reflexión y el entendimiento sobre la Santísima Trinidad. No eran tres dioses sino uno solo, aunque con mis ojos siempre veía en las representaciones un viejo, un joven y un palomo. Los curas ya se encargaban de quitarnos la idea de querer entender aquello; por definición era un misterio incomprensible para los pobres humanos, un dogma, así que o te lo crees o no eres de los nuestros. Pero aquello de que un trozo de pan ácimo con apariencia, tacto, textura y sabor parecido a un barquillo, se convirtiese nada menos que en Dios tras la pronunciación de una especie de sortilegio mágico que emitía el sacerdote con toda solemnidad, me parecía fabuloso.

Yo podía haber entendido que aquello fuese un símbolo o imagen que representara a Dios, como, por ejemplo, la zapatilla de mi madre que era todo un símbolo de obediencia, respeto, educación y cumplimiento de la normativa disciplinaria familiar, pero no, aquel trozo de pan se convertía en la mismísima divinidad que llegaba allí mediante un complejo proceso llamado transubstanciación.

El mismo término en sí ya venía envuelto en un aura de espiritualidad transcendente. Fue definido como dogma en el concilio de Letrán en 1215 para designar el espectacular cambio  de la substancia pan en el cuerpo de Cristo. Yo entonces creía entender que, en un acto de antropofagia (en este caso, Teofagia) figurada a quien te comías era al joven, a la segunda persona, pero como son tres en uno igual también deglutías en el mismo acto al mayor y al palomo. Vaya usted a saber ¡era dogma de fe! un concepto alejado, por tanto, de cualquier intento de conocimiento científico.

Una vez producido aquel maravilloso acto, que se repetía y se sigue repitiendo diariamente en miles de iglesias por todo el planeta , y que los trocitos de pan se transubstancionase en millones de Dios, me fascinaba la concentración y la pulcritud con que los sacerdotes limpiaban una y otra vez los restos de hostias y de vino que hubiesen quedado en cálices y patenas sagradas que tuvieron el privilegio de portar el cuerpo y la sangre de Cristo, la segunda persona de Dios, o del trio, vaya usted a saber, otra vez. Pero aquella abnegada devoción en la limpieza de los recipientes sacros, hasta que no quedara ni un ápice de Dios en ellos, contrastaba con el destino final de aquellas hostias que habían sido depositadas en la boca de los píos feligreses. Me explico. Una vez que los alimentos pasan de la boca al tracto digestivo, se van transformando en distintos jugos tales como el quilo, el quimo, etc. A lo largo del trayecto se absorben los nutrientes y parte de lo ingerido sale al exterior, como todos sabemos, en forma de heces fecales. Dichos restos están formados por los residuos de toda clase de alimentación que el cuerpo haya tomado por la boca y, sinceramente, si encontramos allí parte de lo transubstancionado no me parece que los colectores pestilentes sea un lugar adecuado para acumular allí restos de ninguna divinidad, aunque sea en forma molecular o atómica. Esto contrasta con la pulcra y exhaustiva limpieza previa de los utensilios sagrados que se hace a la vista de los fieles, mientras estos han comenzado el tránsito digestivo de Dios.

Seguramente ya habrá otro dogma, desconocido para mí, que regula la transformación de la substancia justo hasta que comienza el proceso digestivo y vuelva ya a ser un trozo de pan sujeto a las propias leyes de la biología de los seres vivos. Porque si no existe, tenemos aquí un agudo problema escatológico, en ambos significados de la palabra.

 

 

           

Pd. Escatología:

1. f. Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba.

2. f. Uso de expresionesimágenes y temas soeces relacionados con los excrementos.

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