A mi modo de ver, ciencia y religión son incompatibles. La religión actua sobre dogmas, creencias irracionales obligadas que no están basadas en la evidencia; se trata de una forma de pensar totalmente dicotómica, o es negro o es blanco, o se tiene fe o no se tiene. Por el contrario, la ciencia se basa en evidencias, en hechos demostrables. La incertidumbre y la probabilidad son los instrumentos básicos del conocimiento científico. Es un saber probabilístico, donde no existe ni el blanco ni el negro, sino posibilidades de grises.
Por ello, la religión siempre es la misma y se basa en libros sagrados inmutables. La ciencia avanza debido a que sus libros siempre son superados según aumentan los conocimientos.
Reproduzco a continuación una irónica propuesta para que, de la misma forma que la religión se ha introducido de manera alevosa en los centros educativos, la ciencia pueda dejar constancia de sus teorías y conocimientos en las iglesias.
Somos un grupo de docentes de todos los niveles
educativos que estamos muy preocupados por el bajo nivel cultural en nuestra
sociedad, los altos índices de fracaso escolar y la proliferación de tele
basura.
Para salir de esta situación queremos traspasar
los muros de las escuelas, los institutos y las universidades, llevando la
cultura y la educación a ámbitos en los que hasta la fecha hemos estado
ausentes, en los que nuestra dejadez ha privado a muchos ciudadanos del derecho
universal a la cultura.
Como primer paso, queremos llegar a un acuerdo
con las autoridades eclesiásticas para que nos cedan un diez por ciento del
tiempo de las misas con el fin de que profesores especialistas en las distintas
disciplinas puedan llegar más fácilmente a los creyentes mediante breves
intervenciones didácticas.
Estamos estudiando cuál sería el momento idóneo
para insertar en las misas contenidos científicos y culturales, tal vez
inmediatamente después de la consagración o justo antes del padre nuestro. Está
claro que algunos feligreses podrían, con razón, objetar que ellos no tienen
porqué aumentar sus conocimientos ni su cultura, ya que acuden a misa con el
sólo fin de orar y escuchar la palabra de Dios. Para solucionar este problema,
y aunque pudiera parecer inconstitucional, a la entrada a la Iglesia les
haríamos rellenar un formulario para que manifestaran su preferencia por la
religión o la cultura.
Una vez identificadas estas personas, podrían
abandonar en el momento adecuado la nave principal de la Iglesia y reunirse en
las capillas laterales, la cripta o el salón parroquial. Con el fin de evitar
agravios, estas personas podrían recibir durante ese rato charlas de carácter
no cultural ni educativo pero muy relacionadas con los contenidos que se estén
impartiendo en ese momento al resto de los fieles desde el altar.
Por ejemplo, los feligreses que no quieran
repasar la tabla periódica, estudiarán los efectos perniciosos de los
colorantes alimentarios, los que no quieran hacer ejercicios de educación
física podrán ver un documental sobre la obesidad, y los que no quieran repasar
los verbos irregulares ingleses podrían estudiar estadísticas sobre la
importancia de hablar idiomas en el mundo moderno.
Los obispos nos han adelantado que no habría
problema en computar el tiempo de cualquiera de estas actividades como tiempo
equiparable al dedicado a escuchar la palabra de Dios, a la oración, a la
contemplación, la penitencia o a la caridad y en ningún caso podrá
discriminarse el acceso a la salvación eterna a los fieles en razón a sus
preferencias religiosas o educativas.
Tampoco han puesto la más mínima objeción a la
aparente contradicción derivada de que el contenido de las misas esté basado en
la fe y las creencias, en contraste con la naturaleza científica y académica de
los contenidos que habitualmente impartimos en las aulas.
En un primer momento, las clases se impartirían
sólo durante las misas obligatorias de los domingos y fiestas de guardar, para
más adelante extenderse a otros actos religiosos de asistencia no obligatoria
como bautizos, bodas, comuniones, funerales, ejercicios espirituales,
ordenaciones sacerdotales e incluso ceremonias de canonización o beatificación.
Pero, ¿de dónde saldría el dinero para pagar al
profesorado que trabaje los domingos?. Sin duda alguna de los donativos que los
fieles depositan en los cepillos, del porcentaje de impuestos destinados al
sostenimiento de la Iglesia Católica o, en general, de los presupuestos de la
Iglesia.
Para garantizar la calidad de las enseñanzas
impartidas, nuestra asociación gestionaría directamente el dinero aportado por
la Iglesia y con él contrataría a profesores de sólida formación pedagógica y
científica que se encargarían de impartir las clases durante las misas.
Naturalmente, dado el carácter eminentemente
laico de las clases, no dudaríamos en despedir fulminantemente a aquellos
profesores que no mantuvieran una coherencia laica entre su vida profesional y
personal haciendo cosas como casarse por la iglesia, acudir a misa semanalmente
o participar en cualquier tipo de actos religiosos.
Finalmente, llevaremos nuestras negociaciones
hasta el mismo Vaticano, con cuyas autoridades firmaríamos un Concordato que
garantizara la continuidad de nuestra noble tarea docente en las iglesias
durante los años venideros.
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¿Te parece un disparate? ¿te parece difícil de
conseguir? No es tan disparatado ni tan difícil. Ahí tenemos el ejemplo de los
acuerdos entre la Iglesia y el Ministerio de Educación en torno a la asignatura
de religión y su alternativa. Al final han conseguido lo que nadie hubiera creído
posible.
Entre tanto, puedes hacer llegar nuestra
propuesta educativa a docentes, padres, alumnos, políticos, sindicalistas,
medios de comunicación e incluso a las autoridades eclesiásticas. Tal vez así
contribuyamos a que se entienda mejor lo que está ocurriendo en relación a la
enseñanza de la religión en los centros sostenidos con dinero público.
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