Nuevas
estructuras familiares.
Hasta
hace relativamente poco tiempo, la
familia extensa era la estructura general donde se desarrollaban las primeras
etapas de la vida del niño. Aparte del padre y la madre, participaban los abuelos,
a veces de forma directa, conviviendo diariamente con los niños bajo el mismo
techo. Los tíos y parientes próximos también formaban parte del entorno
socializador del niño y del adolescente.
Más adelante, se
estableció de forma predominante la familia nuclear, donde la base relacional
se establecía casi con exclusividad sobre padre, madre e hijos, con relaciones
esporádicas con el resto de elementos familiares. Los roles familiares se
encontraban bien definidos.
En la actualidad nos
encontramos con una diversidad de tipos familiares que van desde la familia
extensa a la nuclear y con nuevos tipos de estructuras como las monoparentales
y las parejas homosexuales. En toda la
literatura científica examinada, no hemos encontrado relación alguna entre las
distintas formas familiares y la conducta del niño y adolescente, sino que son
las formas de socialización las que influyen decisivamente en la aparición,
desarrollo y mantenimiento de los desajustes del comportamiento. Lo que si nos
vamos a encontrar en el aula son distintas visiones y forma de entender las
relaciones familiares y debemos estar preparados para ello.
Abandono versus
sobreprotección
Aunque a primera vista parezca paradójico, ambas
situaciones se pueden dar en la misma familia. Lo más aparente parece ser la
sobreprotección. Los hijos de hoy en día viven en una burbuja protectora que
los aísla de las inclemencias del medio ambiente; un bebé actual necesita de un
auténtico arsenal de utensilios, artilugios y demás aparataje sin los cuales
parece imposible que pudiesen sobrevivir. Cuando crecen van aumentando las
necesidades y se educan sometidos a un sinfín de necesidades dictadas por la
presión social, la moda, los diferentes contextos sociales. Al haber disminuido
el número de hijos por familia, las atenciones se concentran en estos pocos y
se procura ofrecer el máximo de comodidades y evitar todas las frustraciones a
estos privilegiados.
Una de las
experiencias más interesantes y esclarecedoras de la actual situación de poder
que se da en las familias, es observar el proceso de entrada en cualquier
centro educativo de muchas ciudades de este país. Lo habitual es que se
produzca un monumental colapso circulatorio en los alrededores del centro ya
que, aunque la distancia al centro sea mínima, al niño hay que llevarlo
motorizado, dado que el camino hacia el colegio puede estar plagado de riesgos
insuperables que se soslayan dentro de este caparazón metálico móvil y
protector. Los pocos que se arriesgan a afrontar tamaña aventura, como es llegar
caminando al cole, suelen ir acompañados de un adulto que en bastantes casos se
trata del abuelo o abuela, el cual suele acarrear el macuto, maleta o carrito
del nieto en previsión, suponemos, de futuras dolencias del tierno infante.
De esta manera, no es extraño observar una
anciana, doblada por los años y el peso del macuto, junto a un mozalbete de 10
años, pletórico de salud y fuerza que salta libre a su lado instándole a que se
dé prisa en llegar, dirigiéndose a ella con altanería y falta total de respeto.
Es también probable que ante el requerimiento del profesorado sobre tareas,
libros, apuntes o cualquier otro trabajo escolar, el estudiante proyecte su
responsabilidad hacia sus parientes más próximos, diciendo que no lo trae dado
que a su madre o a su abuela se le olvidó incluirlo en el maletín escolar.
Aunque
estas situaciones puedan parecer anecdóticas, se dan con diversas variantes a
todo lo largo del país y reflejan la situación creada ante el déficit de
socialización que tienen nuestros estudiantes, tanto en las familias, como
(asumamos los educadores nuestra parte de responsabilidad) en los centros
educativos. No olvidemos que la educación es una tarea colectiva que concierne
a familias y centros educativos, pero también, y en mayor medida de lo que
querrían asumir, a ayuntamientos, entidades sociales, culturales, deportivas y
medios de comunicación, por poner algunos ejemplos.
A
la vez, es también posible encontrar un abandono de las responsabilidades
parentales, sobretodo en la adolescencia. El educar, poner límites, significa
enfrentamiento, fijar las estructuras donde se desarrolla la vida del
adolescente y esa es una tarea que en muchas familias, quizás demasiadas, ha
quedado relegada al olvido. Por todo ello, en nuestra hipócrita sociedad, es
posible encontrar a muchas personas que se escandalizan ante un padre que le da
un cachete en el trasero a un infante rebelde, cabezón y agresivo y que
justifica o vuelve la vista ante la presencia de un muchacho de 14 o 15 años en
un botellón, rodeado de posibilidades y ocasiones en el consumo de drogas o al
borde de un coma etílico.
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