miércoles, 23 de noviembre de 2011

Apuntes sobre la adolescencia (II)


Nuevas estructuras familiares.
            Hasta hace relativamente poco tiempo,  la familia extensa era la estructura general donde se desarrollaban las primeras etapas de la vida del niño. Aparte del padre y la madre, participaban los abuelos, a veces de forma directa, conviviendo diariamente con los niños bajo el mismo techo. Los tíos y parientes próximos también formaban parte del entorno socializador del niño y del adolescente.
            Más adelante, se estableció de forma  predominante  la familia nuclear, donde la base relacional se establecía casi con exclusividad sobre padre, madre e hijos, con relaciones esporádicas con el resto de elementos familiares. Los roles familiares se encontraban bien definidos.
            En la actualidad nos encontramos con una diversidad de tipos familiares que van desde la familia extensa a la nuclear y con nuevos tipos de estructuras como las monoparentales y  las parejas homosexuales. En toda la literatura científica examinada, no hemos encontrado relación alguna entre las distintas formas familiares y la conducta del niño y adolescente, sino que son las formas de socialización las que influyen decisivamente en la aparición, desarrollo y mantenimiento de los desajustes del comportamiento. Lo que si nos vamos a encontrar en el aula son distintas visiones y forma de entender las relaciones familiares y debemos estar preparados para ello.

Abandono versus sobreprotección
Aunque a primera vista parezca paradójico, ambas situaciones se pueden dar en la misma familia. Lo más aparente parece ser la sobreprotección. Los hijos de hoy en día viven en una burbuja protectora que los aísla de las inclemencias del medio ambiente; un bebé actual necesita de un auténtico arsenal de utensilios, artilugios y demás aparataje sin los cuales parece imposible que pudiesen sobrevivir. Cuando crecen van aumentando las necesidades y se educan sometidos a un sinfín de necesidades dictadas por la presión social, la moda, los diferentes contextos sociales. Al haber disminuido el número de hijos por familia, las atenciones se concentran en estos pocos y se procura ofrecer el máximo de comodidades y evitar todas las frustraciones a estos privilegiados.
 Una de las experiencias más interesantes y esclarecedoras de la actual situación de poder que se da en las familias, es observar el proceso de entrada en cualquier centro educativo de muchas ciudades de este país. Lo habitual es que se produzca un monumental colapso circulatorio en los alrededores del centro ya que, aunque la distancia al centro sea mínima, al niño hay que llevarlo motorizado, dado que el camino hacia el colegio puede estar plagado de riesgos insuperables que se soslayan dentro de este caparazón metálico móvil y protector. Los pocos que se arriesgan a afrontar tamaña aventura, como es llegar caminando al cole, suelen ir acompañados de un adulto que en bastantes casos se trata del abuelo o abuela, el cual suele acarrear el macuto, maleta o carrito del nieto en previsión, suponemos, de futuras dolencias del tierno infante.
 De esta manera, no es extraño observar una anciana, doblada por los años y el peso del macuto, junto a un mozalbete de 10 años, pletórico de salud y fuerza que salta libre a su lado instándole a que se dé prisa en llegar, dirigiéndose a ella con altanería y falta total de respeto. Es también probable que ante el requerimiento del profesorado sobre tareas, libros, apuntes o cualquier otro trabajo escolar, el estudiante proyecte su responsabilidad hacia sus parientes más próximos, diciendo que no lo trae dado que a su madre o a su abuela se le olvidó incluirlo en el maletín escolar.
Aunque estas situaciones puedan parecer anecdóticas, se dan con diversas variantes a todo lo largo del país y reflejan la situación creada ante el déficit de socialización que tienen nuestros estudiantes, tanto en las familias, como (asumamos los educadores nuestra parte de responsabilidad) en los centros educativos. No olvidemos que la educación es una tarea colectiva que concierne a familias y centros educativos, pero también, y en mayor medida de lo que querrían asumir, a ayuntamientos, entidades sociales, culturales, deportivas y medios de comunicación, por poner algunos ejemplos.
A la vez, es también posible encontrar un abandono de las responsabilidades parentales, sobretodo en la adolescencia. El educar, poner límites, significa enfrentamiento, fijar las estructuras donde se desarrolla la vida del adolescente y esa es una tarea que en muchas familias, quizás demasiadas, ha quedado relegada al olvido. Por todo ello, en nuestra hipócrita sociedad, es posible encontrar a muchas personas que se escandalizan ante un padre que le da un cachete en el trasero a un infante rebelde, cabezón y agresivo y que justifica o vuelve la vista ante la presencia de un muchacho de 14 o 15 años en un botellón, rodeado de posibilidades y ocasiones en el consumo de drogas o al borde de un coma etílico.

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